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CURSO
PRÁCTICO
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INTELIGENCIA
EMOCIONAL

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PARA
AUMENTAR EL
COCIENTE EMOCIONAL
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CASOS
DE INTELIGENCIA EMOCIONAL
EN
LA EMPRESA (I)
‘La
inteligencia emocional es dos veces más importante
que
las destrezas técnicas o el coeficiente intelectual
para
determinar el desempeño de la alta gerencia’.
Daniel
Goleman (Harvard Business Review)
LA
RENTABILIDAD DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
Desde
1992, American Express Financial Advisors, con sede en Minneapolis,
tiene en marcha un programa de entrenamiento en ‘Competencia
Emocional’ para gerentes. Una de las metas es ayudarlos a
convertirse en "asistentes emocionales" de
las personas que dependen de ellos.
La
capacitación contribuye a que los gerentes aprecien el papel que
juega la emoción en el lugar de trabajo, y a que desarrollen una
mayor conciencia de sus propias reacciones emocionales. Incluye
entrenamiento en autoconocimiento, autoregulación, empatía y
habilidades para las relaciones sociales. Lo interesante es que
esas habilidades "soft" se traducen en resultados
concretos.
Un
estudio reciente determinó que los gerentes entrenados en esas
habilidades hicieron crecer sus empresas a un promedio del 18,1
por ciento, comparado con el 16,2 por ciento de gerentes
que no fueron capacitados. Esto significa un estimado de U$S 247 millones en incremento de los ingresos durante los 15
meses del período estudiado.
Pam
J. Smith,
gerente del programa de ‘Competencia Emocional’,
asegura que como resultado de esa iniciativa, la empresa también
registra mayor retención de empleados y menor ausentismo.
Smith dice que nadie es "enviado" al programa,
y que tampoco se lo usa como terapia. Y añade que, incluso así,
ayuda a solucionar problemas con gente conflictiva, y permite a los
gerentes ver, por sí mismos, en qué casos causan o exacerban
los problemas. A veces, eso es suficiente
LIDERAZGO
CON INTELIGENCIA EMOCIONAL = RESULTADOS POSITIVOS
He
aquí un contraste de liderazgos sumamente instructivo: Ronald
W. Allen, ex director ejecutivo de Delta
Air Lines, y Gerald
Grinstein, que desempeñó el mismo cargo en Western
Airlines y el ferrocarril Bulington
Northern.
Grinstein,
abogado de profesión, es un maestro para establecer entendimiento
con sus empleados y utiliza esa afinación emocional para persuadir.
Cuando asumió la dirección de Western
Airlines, en 1985, la compañía estaba en dificultades; él pasó
cientos de horas en pequeñas cabinas de vuelo, detrás de los
mostradores y en los depósitos de equipaje, a fin de familiarizarse
con sus empleados.
La
afinidad que construyó entonces fue crucial para que los
trabajadores de la empresa aceptaran reducciones de sueldo e
hicieran ciertas concesiones en cuanto a las normas laborales; a
cambio, él sólo les prometió una compañía solvente, de la que
ellos tendrían una mayor porción. Con esas concesiones en la mano, Western Airlines aterrizó
sólidamente en cifras positivas; pasados apenas dos años, Grinstein pudo venderla a Delta por
860 millones de dólares.
En
1987 asumió la dirección de Burlington Northern, otra compañía que daba pérdidas, y
nuevamente puso a funcionar su ‘magia interpersonal’. Hizo venir
a la sede principal de Fort
Worth, para que cenaran con él, a un grupo selecto de
trabajadores de mantenimiento, secretarias y tripulaciones de tren.
Viajó por los distintos ramales y dialogó con los empleados,
mientras intentaba (exitosamente) convencerlos de que aceptaran sus
planes para reducir costos.
Un
íntimo amigo de Grinstein comentó de ese estilo gerencial: ‘Para ser duro no hace falta ser
un cretino’.
Aunque
la empresa ferroviaria cargaba, al asumir él, con 3.000 millones de
dólares en deudas, Grinstein invirtió la situación. Y en 1995, cuando Bulington
Northern compró la Santa
Fe Pacific, creó la red ferroviaria más grande de los EE.UU.
Ahora
veamos a Ronald W. Allen,
quien en abril de 1997 fue separado del máximo cargo ejecutivo por
el directorio de Delta Air
Lines, aunque la compañía estaba disfrutando de un récord de
utilidades.
Allen había
ascendido por el escalafón hasta llegar a director ejecutivo en
1987; cuando él se hizo cargo del timón se estaba desregulando el
tráfico aéreo. Su plan estratégico consistía en lograr una mayor
competitividad internacional; en 1991 compró a Pan
American World Airways, recientemente quebrada, para lograr
acceso a sus rutas europeas. Ese cálculo resultó erróneo: cargó
a Delta con una enorme
deuda, justo cuando el ramo veía caer en picada sus utilidades. Delta,
que hasta entonces había sido redituable, se endeudó por 500
millones más en cada uno de los tres años siguientes a la
adquisición de Pan Am.
Sin
embargo, no fue esa desastrosa decisión financiera la que le costó
el puesto a Allen. Como
reacción a los malos tiempos, el ejecutivo se convirtió en un jefe
duro, casi implacable. Se hizo célebre por humillar a los
subordinados regañándolos ante otros empleados. Acalló la oposición
entre los altos ejecutivos; hasta llegó a reemplazar al jefe de
finanzas, la única persona que se había opuesto abiertamente a la
adquisición de Pan Am. Otro
alto ejecutivo (con quien Allen había competido por el puesto máximo) anunció que renunciaba para
asumir la presidencia de Continental
Airlines; se dice que Allen,
como reacción, le exigió entregar inmediatamente las llaves del
automóvil de la compañía, obligándolo a buscar otro modo de
regresar a su casa.
Dejando
a un lado esas mezquindades, el principal error de Allen fue su desalmada reducción de personal: eliminó 12.000 puestos de
trabajo, más o menos un tercio del total de Delta.
Algunos empleos eran ‘grasa’, sin duda, pero muchos otros
constituían ‘los músculos, los tendones y los nervios’ de la
organización. Esos grandes cortes produjeron una caída en los
servicios al cliente, en otros tiempos envidiables. Las quejas
contra Delta crecieron súbitamente
hasta las nubes: desde suciedad en los aviones y demoras en los
despegues hasta equipajes desaparecidos. Junto con la grasa, Allen había arrancado el espíritu de la compañía.
Los
empleados se encontraban en estado de shock; la compañía nunca los
había tratado tan mal. La inseguridad y el enojo eran los
sentimientos dominantes. Aun después de acabar con el déficit,
merced a los recortes, una encuesta efectuada entre los 25.000
empleados restantes reveló que continuaban escépticos y asustados;
la mitad ea hostil al liderazgo de Allen.
En
octubre de 1996, éste admitió públicamente que su draconiana
campaña de economías había tenido efectos devastadores en la
fuerza laboral de Delta.
Pero su comentario fue: ‘Sea’. Y eso se convirtió en grito de
batalla para las protestas de los empleados: en los uniformes de
pilotos, aeromozas y mecánicos brotó por igual un distintivo con
la leyenda: ‘Sea’.
Cuando
llegó el momento de renovarle el contrato, el directorio de Delta fue más allá de los números para observar la salud general de la
empresa. La reputación de Delta,
en cuanto a las excelencias de su servicio, estaba manchada; los
gerentes talentosos la abandonaban. Peor aún: la moral de los
empleados estaban en un abismo.
Por
lo tanto, el directorio actuó; lo encabezaba nada menos que Gerald
Grinstein. Allen, el hombre que, en la cumbre de su poder, había
detentado los títulos de presidente, director ejecutivo y gerente
general, fue despedido a la edad de 55 años, sobre todo por haber
matado el alma de la empresa.
Las
historias gemelas de Robert
W. Allen y Gerald
Grinstein demuestran que el arte del liderazgo no consiste en el
cambio por sí solo, sino en la manera de implementarlo. Ambos
pasaron por el doloroso proceso de reducir costos, pero uno lo hizo
de un modo tal que permitió conservar la lealtad de sus empleados y
su buen ánimo, mientras que el otro desmoralizó y apartó de sí a
toda la fuerza laboral.
*(Martha
Brannigan y Joseph B. White, ‘Why Delta Airlines Decided IT Was
Time for CEO to Take Off’, WALL
STREET JOURNAL, 30-31 de mayo, 1997 ; Phyllis Berman y
Roula Khalaf, ‘Sweet-talking the Board’, FORBES,
15 de marzo de 1993).
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