EL
PRIMER SEXO (3)
(Tercer
fragmento del Cap. 1 de la obra de Helen Fisher)
Hacer
malabarismos con muchas pelotas, llevar muchos sombreros
Janet Scott Batchler ha descrito sucintamente esta diferencia entre
sexos. Escribe películas de largometraje junto a su marido y socio,
Lee Batchler. Dice de su cónyuge: "Hace una cosa a la vez. La
hace bien. La termina y pasa a otra. Es muy directo en sus procesos
mentales y en sus actos. Y trata con las personas de la misma forma
centrada, diciendo exactamente lo que quiere decir, sin agenda oculta
de ningún tipo. Yo soy la que puedo jugar con cien pelotas al mismo
tiempo y comprender que quizá los demás estén haciendo lo mismo,
profesional o emocionalmente".
Los
guiones que los escritores de películas de Hollywood crean ilustran
estos diferentes modos de pensar de manera vívida. Los escritos por
hombres tienden a ser directos y lineales, mientras que los elaborados
por mujeres pueden contener conflictos, muchos puntos culminantes y múltiples
finales. Los grandes eruditos norteamericanos expresan también esta
diferencia de género.
La
ensayista Barbara Ehrenreich declara con rotundidad: "Históricamente,
las mujeres no han sabido compartimentar tan bien como los
hombres". Cuando el politólogo Roger Masters, del Dartmouth
College, preguntó a hombres y mujeres sobre sus opiniones políticas
y después les mostró vídeos de políticos con diversas expresiones
faciales, las reacciones de ambos sexos fueron también
perceptiblemente distintas. Masters concluyó que "las mujeres
integran en mayor grado que los hombres la información sobre un
dirigente con las pistas no verbales que éste ofrece".
Las
portavoces de la National Foundation for Women Business Owners
(Fundación Nacional de Mujeres Empresarias) dicen que las
propietarias de empresas norteamericanas dan gran importancia al
pensamiento intuitivo, la creatividad, la sensibilidad y los valores
personales. Los empresarios dan importancia a la concentración, al
procesamiento metódico de información y al análisis concreto de
datos. Así, según ellas, las "propietarias de empresas
tienen mayor facilidad para moverse entre múltiples tareas".
Los
demógrafos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo dan
testimonio de esta diferencia de género en muchas culturas. En 1995
hicieron un sondeo sobre los hábitos de trabajo de los hombres y
mujeres de 130 sociedades. En lugares tan dispares como Noruega,
Botsuana, Argentina y Mongolia encontraron que "las mujeres en
particular han desarrollado la capacidad de atender a muchas
actividades al mismo tiempo".
Mientras
por todo el mundo las mujeres realizan múltiples labores simultáneamente,
están ponderando y asimilando mentalmente una profusión de datos:
están pensando en red.
El
pensamiento en red en la infancia
Este modo femenino de procesar información mentalmente comienza en la
infancia. En la escuela, los niños se aplican más a las tareas; se
concentran atentamente en una sola cosa a la vez. A las niñas les
cuesta más trabajo aislarse cognitivamente de lo que les rodea. Cuando
juegan con el ordenador, los niños tienden a enfilar directamente
hacia la meta buscada, mientras las niñas son más proclives a
considerar una multiplicidad de alternativas antes de decidirse por
una.
Y
cuando les preguntan sobre sí mismos, los niños resaltan los
pormenores mientras que las niñas tienden más a situarse en un
entorno más amplio, más contextual.
Ejemplos
clásicos son Jake y Amy, ambos participantes en un conocido estudio
sobre derechos y responsabilidades realizado a comienzos de los años
ochenta por la psicóloga Carol Gilligan de la Universidad de Harvard.
Jake y Amy eran ambos estudiantes norteamericanos de once años,
inteligentes y ambiciosos, que cursaban su sexto curso. Cuando le
preguntaron a Jake cómo se describiría, habló sobre sus dotes, sus
creencias y su altura: un conjunto de hechos concretos, particulares y
discretos. Amy, por su parte, se colocó en el contexto general del
mundo social. Dijo que le gustaba el colegio, que veía el mundo
lleno de problemas y que quería ser científica para poder ayudar a
los demás.
Cuando
se preguntó a estos pequeños sobre una situación en que entraban en
conflicto la responsabilidad hacia uno mismo y la responsabilidad
hacia los demás, también contestaron de forma diferente. Jake
respondió: "Actúas con un cuarto para los demás y tres cuartos
para ti". Jake compartimentó la tarea; dividió su
responsabilidad en partes y asignó cantidades específicas de modo
específico. La respuesta de Amy fue contextual, característica del
pensamiento en red femenino. "Bueno", dijo, "en
realidad depende de la situación". Entonces empezó a enumerar
una multitud de variables a considerar antes de actuar. Como señala
Gilligan, "Amy responde más contextualmente que categóricamente".
Estas
diferencias de género se mantienen hasta la edad adulta. Cuando
Gilligan indagó entre estudiantes universitarios sobre su concepto
del bien y del mal, las mujeres estaban más dispuestas a hacer
excepciones a las reglas, probablemente porque consideraban más
variables y veían mayor número de posibilidades. Cuando se somete a
hombres y mujeres a "pruebas Rorschach de borrones de tinta"
y se les pide que examinen estas manchas irregulares, los hombres
suelen hablar sobre los detalles que observan; las mujeres integran
todos los pormenores en una imagen general y hablan por el contrario
de las criaturas completas que ven. Cuando hombres o mujeres escriben
relatos, los primeros son más proclives a hablar de las competiciones
que han ganado, o las vacaciones adicionales que han conseguido o de
cuando pescaron el pez más grande: acontecimientos concretos,
aislados. Las mujeres escriben sobre personas, lugares, sobre
situaciones embarazosas, narraciones que abarcan un contexto social más
amplio.
Cuando
la psicóloga Diane Halpern, de la Universidad del Estado de
California en San Bernardino, efectuó un análisis muy completo de
cientos de estudios donde se examinaban las habilidades verbales,
matemáticas (cuantitativas) y visual-espaciales de hombres y mujeres,
concluyó que las tareas en las que sobresalía cada sexo requerían
capacidades cognitivas distintas. Las habilidades femeninas exigían
todas ellas "acceso y recuperación rápida de información
almacenada en la memoria". Las habilidades masculinas exigían
capacidad para "mantener y manipular representaciones
mentales". Estas diferencias reflejan el pensamiento en red
frente al pensamiento centrado y lineal. "Todo pensamiento es un
prodigio de asociación por el cual aquello que tienes delante evoca
en tu cabeza algo que casi ignorabas que sabías". El poeta
Robert Frost captó a la perfección ese triunfo de asociación mental
tan característico de la mente femenina.
Encrucijadas
de la mente
Pensamiento en red frente a pensamiento por pasos; énfasis en el todo
frente a concentración en las partes; tareas múltiples frente a
hacer una sola cosa a la vez: los científicos están lejos de
comprender, o aun definir adecuadamente, estas diferencias sutiles
entre mujeres y hombres. Pero sí saben dónde tienen lugar estos
procesos mentales: en la corteza prefrontal. Ésta es la parte
anterior de la corteza cerebral, que es la envoltura exterior del
cerebro. Se encuentra exactamente detrás de la frente, y ocupa
aproximadamente entre un cuarto y un tercio del total de la corteza
cerebral.
Está
mucho más desarrollada en los seres humanos que incluso en nuestros
parientes más cercanos, los chimpancés; de hecho, en las personas no
madura del todo hasta la adolescencia. Sin embargo, la corteza
prefrontal es esencial para el pensamiento humano. Se conoce, por
ello, como "el ejecutivo central" o la
"encrucijada" de la mente, nombres que ha tomado porque
posee muchas regiones específicas, cada una de las cuales procesa
tipos distintos de información y se conecta con muchas otras regiones
del cerebro y el cuerpo.
Los
doctores pudieron escuchar por primera vez el tráfico de esta
encrucijada en la década de los años treinta, cuando empezaron a
tratar a pacientes depresivos con el procedimiento conocido como
lobotomía frontal. Los cirujanos introducían un bisturí en el cráneo
y abrían el cerebro de arriba abajo, separando la corteza prefrontal
de las demás partes cerebrales. Este sistema curaba a la mayoría de
los pacientes de su depresión, pero producía nuevos problemas. Por
ejemplo, no eran ya capaces de realizar varias acciones paralelas
simples al mismo tiempo.
Estudios
más recientes de pacientes con traumatismos en la corteza prefrontal
han confirmado que las lesiones en esta zona imposibilitan acciones múltiples.
Por
esta operación, hoy totalmente desacreditada, así como por otros
muchos estudios de la corteza prefrontal, los científicos saben que
esta parte del cerebro controla también la capacidad para
mantenerse al tanto de muchos fragmentos de información simultáneamente,
ordenar y ponderar estos datos a medida que se van acumulando, y
descubrir pautas en dicha información. Más aún, permite prever
resultados de estas pautas, tener flexibilidad mental, razonar hipotéticamente,
enfrentarse a contingencias y hacer planes para el futuro. Todas
estas acciones son aspectos diversos del pensamiento en red. Otras
regiones de la corteza prefrontal gobiernan las funciones cerebrales
asociadas con el pensamiento por pasos. Dichas áreas permiten centrar
la atención, codificar datos en orden serial, proyectar de forma
secuencial, construir planes de acción jerárquicos y procesar datos
linealmente, todos ellos aspectos del pensamiento paso a paso, o
compartimentado.
Genes
para el pensamiento en red
¿Cabe la posibilidad de que algunas regiones de la corteza prefrontal
del cerebro varíen entre el hombre y la mujer, predisponiendo a más
mujeres que hombres a asimilar porciones mayores de información, a
pensar en forma de entramado de factores y ver el mundo de modo más
contextual? ¿Podría ser que otras áreas de la corteza prefrontal
variaran también según el sexo, predisponiendo más a los hombres a
concentrar su atención en un número menor de elementos de información,
a compartimentar ésta y a pensar de modo secuencial? Hay datos nuevos
sobre el cerebro que refrendan estas posibilidades. En 1997 el
neurocientífico David Skuse, del Institute of Child Health (Instituto
de Salud Infantil) de Londres, y sus colegas examinaron a niñas y
mujeres con síndrome de Turner, una afección genética por la cual
la niña o la mujer no tiene más que un cromosoma X en lugar de los
dos normales. Recogieron datos también sobre hombres y mujeres
normales. A partir de este estudio ingenioso y complejo concluyeron
que un gen o grupo de genes del cromosoma X influye en la formación
de la corteza prefrontal. |