¿ATA
LA FELICIDAD?
Oportunidades
de matrimonio de la gente infeliz
Este documento estudia la
afirmación de que la felicidad perjudica a los vínculos sociales, en
particular al matrimonio. Se ha demostrado que la felicidad favorece
bastante al matrimonio. La gente casada parece por lo general más
feliz que los solteros y la diferencia parece deberse en parte al
efecto positivo de la felicidad sobre las posibilidades de matrimonio.
La infelicidad es un inconveniente para el amor, tanto por ser
generalmente un inconveniente para los encuentros íntimos como por el
hecho de que actúa en detrimento del desarrollo de las características
psicológicas esenciales en el matrimonio moderno.
Existen
diferentes opiniones acerca de si la felicidad fortalece o no los vínculos
sociales. Por un lado, los contrarios al hedonismo proclaman que creará
personas auto-complacientes que se consideran capaces de sobrevivir
sin los lazos sociales. Para ellos es el sufrimiento lo que nos une,
mientras que el disfrutar de la vida rompe la familia e individualiza
a la sociedad. Por otro lado, la visión humanista cree que la
felicidad más bien aclara el camino hacia el amor auténtico y el
compromiso. Pese a necesitar menos apoyo que los infelices, la gente
feliz parece más capaz de mantener lazos íntimos y aceptar la
responsabilidad de otros. Este documento trata sobre este tema
general, realizando un estudio de los efectos de la felicidad sobre
los lazos matrimoniales.
Existe
una gran cantidad de investigación respecto a la correlación entre
la felicidad y el matrimonio. Un resultado importante es que los
solteros son generalmente menos felices que los casados. Los viudos y
los divorciados tienden especialmente hacia la infelicidad. Hasta
ahora esta diferencia se ha empleado siempre para mostrar que la
presencia de una pareja hace la vida más satisfactoria; en otras
palabras, que el matrimonio aporta felicidad. Ahora bien, esta
diferencia también puede significar que la felicidad aumenta las
posibilidades de matrimonio.
Es
importante saber cuál de estos dos puntos de vista es el correcto,
porque tienen implicaciones políticas muy distintas. Si la
insatisfacción relativa de los solteros es principalmente una
consecuencia de su falta de pareja, entonces se debería dar prioridad
a políticas de 'apoyo a las parejas', por ejemplo otorgando
subsidios a agencias matrimoniales y clubes de solteros y haciendo que
la vida en común resulte fiscalmente atractiva. Sin embargo, si la
infelicidad es más bien la causa y no la consecuencia, entonces se
estaría solamente atacando los síntomas. Sería mejor dirigir la
atención hacia los factores que causan la infelicidad, cualesquiera
que fueran.
En
este artículo nos proponemos estudiar la explicación alternativa.
Empezaremos preguntándonos si el punto de vista inicial es correcto:
¿son realmente menos felices los solteros? Una vez hayamos
establecido que no hay duda de que esto es cierto discutiremos las dos
explicaciones con más detalle.
¿Son realmente menos felices los
solteros? Naturaleza de la evidencia
Los indicios de que
los solteros son menos felices provienen de las llamadas encuestas de
"Calidad de Vida", realizadas a gran escala entre muestras
representativas de la población, con cuestiones referentes a la
propia situación de vida y al modo de apreciarla. Desde los años
setenta, dichas encuestas se realizan periódicamente en la
mayoría de las naciones ricas. En los Estados Unidos se llaman
"Encuestas Sociales Generales", en Holanda son las "Encuestas
sobre la Situación de Vida" y en la Unión Europea, los
sondeos bianuales del Eurobarómetro. La mayoría de estos sondeos
contienen preguntas acerca de la "satisfacción con la vida"
o la "felicidad". Se han utilizado preguntas estándar para estas
cuestiones y se ha probado que son razonablemente válidas y fiables.
Cuando
se comparan las respuestas de solteros y casados a preguntas acerca de
la felicidad, estos últimos resultan siempre más felices. No se
aprecia ninguna diferencia en el hecho de si están legalmente casados
o viviendo en pareja de modo informal, ni si son heterosexuales u
homosexuales. Entre los que no viven en pareja, los divorciados son
normalmente los más infelices, seguidos por viudas y viudos. Los que
nunca se han casado son los menos infelices de esta categoría, aunque
claramente menos felices que aquellos de la categoría de la vida en
pareja. La tabla 1 muestra estos resultados.
Estas
diferencias en la felicidad no son igual de grandes en todos los países:
son más acusadas en países occidentales modernos como Dinamarca,
Holanda y Estados Unidos. En Italia e Irlanda la diferencia es mínima
(Veenhoven, 1983). Las diferencias son mayores entre la gente joven.
Una encuesta encontró mayores diferencias entre los hombres que entre
las mujeres, pero no se ha determinado que ésa sea la norma
(Veenhoven, 1984a: 245).
El
hecho de que encuesta tras encuesta se reproduzca este modelo no
significa que sea válido sin ninguna duda. Pudiera ser que se
repitieran las mismas distorsiones. En la documentación encontramos
tres posibles fallos: 1) la diferencia podría deberse a elementos
estadísticos; 2) la diferencia podría deberse a respuestas
estereotipadas; 3) la diferencia podría ya no ser verdadera. Ahora
estudiaré estas tres posibles explicaciones. Se demostrará que
ninguna de las tres es válida.
¿Variables?
Por supuesto que
intervienen numerosas variables, tales como "ingresos" y
"edad". Deberíamos recordar que una gran parte de los que
viven solos son ancianos y viudos. Una edad avanzada y una pensión
insuficiente podrían tener más que ver con su satisfacción con la
vida que el hecho de que vivan solos o no. También se ha señalado
que el factor "salud" podría estar complicando el asunto. Los
problemas de salud hacen que disminuyan simultáneamente la satisfacción
con la vida y las propias posibilidades en el mercado del matrimonio,
surge entonces una relación estadística entre el hecho de vivir solo
y la felicidad sin ninguna relación real entre los dos fenómenos.
Se han realizado
varios procedimientos de comprobación para investigar esta especie de
pseudorrelación. Glenn y Weaver (1979) abordaron el asunto en
profundidad. Consideraron simultáneamente ocho variables de
verificación: 1) si había niños o no; 2) la edad de esos niños; 3)
la propia edad; 4) si iba a la iglesia; 5) los ingresos; 6) la educación;
7) la categoría profesional del hombre; 8) la situación laboral de
la mujer. Estos factores explicaban sólo una parte de la diferencia.
Jol (1984) llevó a cabo un análisis similar. Sus descubrimientos se
muestran en la tabla 2. Aquí de nuevo la relación se mantiene, de
hecho se intensifica ligeramente por el procedimiento de verificación.
Es importante señalar que las relaciones parecen no ser una variable
debida a la mala salud. La salud influye en la felicidad, pero no
puede explicar la diferencia entre gente soltera y la gente casada.
Vivir en pareja se mantiene como la correlación más importante
respecto a la felicidad, ligeramente más importante que la
"salud" y la "situación laboral" y considerablemente más
importante que los "ingresos" o la "educación".
¿Distorsión del estereotipo?
Algunas
personas consideran a los que viven solos como unos retraídos dignos
de lástima, en particular cuando se trata de personas mayores que no
se han casado nunca. Tal estigmatización podría hacer que los
solteros se mostraran más inhibidos en sus respuestas sobre la
satisfacción con la vida y menos reticentes a la hora de expresar sus
sentimientos de infelicidad si los tuvieran.
A
pesar de que esto puede tener su importancia, no puede explicar
completamente la diferencia. Por una razón, el estereotipo del
"pobre solterón" ha perdido fuerza en estas últimas décadas y
ha sido reemplazado por la nueva imagen de "soltero codiciado". En
1965 el 60% de la población holandesa opinaba que los solteros eran
menos felices que los casados; en 1989 sólo el 21% lo creía.
Mientras tanto, sin embargo, aquellos que viven solos son en realidad
menos felices (Veenhoven, 1984b). En segundo lugar, las diferencias en
la felicidad que se muestran en los informes no son la única
evidencia: existen más indicios de que vivir solo en esta sociedad es
menos satisfactorio que vivir en pareja, como que las tasas de
suicidio son mayores entre los que viven solos (Diekstra, 1980) y la
mortalidad es mayor entre los que viven solos. Un estudio reciente
entre viudos americanos de mediana edad mostró que los que se habían
vuelto a casar vivían más que aquéllos que no lo hicieron (Helsing
et al., 1981). Las causas de la muerte eran variadas: entre los
solteros no sólo había una mayor tasa, más o menos comprensible, de
muertes por enfermedades hepáticas, accidentes y asesinatos, sino que
también había claramente tasas de muerte mayores por enfermedades
del corazón y cáncer. (Lynch, 1977). No resulta entonces
sorprendente que los solteros tengan también mayores problemas de
salud: enferman más a menudo, sus enfermedades son más graves,
visitan al médico con mayor frecuencia y toman más medicación
(Morgan, 1980). En lo que concierne a las enfermedades mentales, se
repite el mismo patrón. Las estadísticas que reflejan el uso de los
servicios psiquiátricos muestran que los solteros están claramente
representados en exceso y los estudios de seguimiento de la salud psíquica
muestran también más dolencias entre los solteros.
¿Pasado de moda?
Hasta ahora, no
parece que exista ninguna razón para cuestionar la diferencia en sí
misma. Sin embargo, esto no excluye la posibilidad de que ya no
exista. Es posible que una nueva generación de "solteros
codiciados" haya cambiado el enfoque. Hay por lo menos una gran
cantidad de publicidad sugerente que aborda esta cuestión (Vuisje,
1978). Pero todavía este argumento tampoco se aplica. En primer
lugar, los estudios que se discuten aquí son bastante recientes. La
mayoría de los datos se recogieron en los sesenta y los setenta, y la
investigación llevada a cabo a principios de los ochenta muestra el
mismo modelo (Jol, 1985). En segundo lugar, vivir solo no es un
problema prioritario para la gente mayor. Al contrario, los jóvenes
solteros parecen ser la categoría más vulnerable. En tercer lugar,
existen indicios de que vivir solo en nuestra sociedad se está
haciendo más difícil en vez de más fácil. En otro trabajo he
demostrado que en Holanda la tasa de suicidios creció más rápidamente
entre los solteros que entre los casados en las últimas décadas
(Veenhoven, 1983). Finalmente, debería mencionarse que las
diferencias acerca de la satisfacción con la vida entre
solteros y casados son mayores en los países más modernos de Europa.
En otras palabras, la relativa falta de atractivo de la vida en soltería
no puede describirse como una secuela de antiguas estructuras
sociales, sino como un producto de esta era.
En
general, las objeciones aquí discutidas no son convincentes. Debemos
asumir que, en la sociedad actual, los solteros son, como término
medio, menos felices.
¿Por qué son menos felices los
solteros?
Explicaciones actuales
Como
hemos mencionado antes, hay dos explicaciones posibles: vivir solo
puede empujar hacia la infelicidad o, al contrario, la infelicidad
puede disminuir las posibilidades de matrimonio. Ambas explicaciones
figuran en la documentación acerca de las diferencias en la salud y
los suicidios entre personas solteras y casadas. Todavía no se han
aplicado a las diferencias en la felicidad.
Vivir solo: la causa.
Esta
explicación recibe nuestra mayor atención. Hay tres variantes:
La teoría del etiquetado.
Esta variante parte
de la asunción de que la elevada tasa de aflicción entre los
solteros es una cuestión de estigmatización. La reputación de ser
un retraído digno de lástima parece que se interioriza y se expresa
como más problemas de salud y como una mayor tasa de suicidio (p. ej.
Davies y Strong, 1977). Las objeciones a esta teoría, sin embargo,
son las mismas que las que discutimos anteriormente en relación con
la "distorsión del estereotipo". Además, la teoría del
etiquetado no puede apenas explicar por sí misma la mayor tasa de
muertes. No es fácil ver cómo el estigma de ser digno de lástima se
podría identificar con un mayor índice de muertes debidas a
enfermedades cardíacas.
La teoría de la crisis.
Esta
variante se refiere principalmente a los divorciados y viudos que
experimentaron una pérdida y tuvieron que adaptarse a una nueva
situación. La pena y la incertidumbre parecen hacer a estas personas
más vulnerables a enfermedades y pensamientos suicidas. Esta teoría
no se aplica a los que nunca se han casado. De hecho originó el
intento para explicar por qué los que nunca se han casado son más
capaces de hacer frente a la vejez que aquellos que perdieron a su
pareja (p. ej. Fengler et al., 1982).
Esta
teoría puede explicar sólo las diferencias temporales entre solteros
y casados. La persistencia a largo plazo de las diferencias sólo
puede explicarse cuando muchos no logran superar la pérdida.
La teoría de la deficiencia.
Esta
visión hace hincapié en las ventajas del matrimonio, ventajas de las
que los solteros o bien no disfrutan o sólo disfrutan de forma
limitada. Varias de estas "funciones" del matrimonio se mencionan
en la documentación: 1) la satisfacción de necesidades básicas como
el sexo y la seguridad, 2) la autoafirmación adquirida, 3) la
corrección de comportamientos inadecuados, 4) el apoyo en tiempos de
estrés, 5) el mejor cuidado material, y 6) sentido de plenitud puesto
que hay alguien más por quien vivir (p. ej. Weiss, 1969). En otro
trabajo ya he mencionado que los equivalentes funcionales de las
relaciones íntimas se ven seriamente disminuidos en la sociedad
moderna (Veenhoven, 1984a). Visto desde este prisma no es sorprendente
que la infelicidad de los solteros sea un fenómeno bastante reciente.
A
este tipo de explicación se le llama con frecuencia teoría "de la
protección". Este término es originario de Durkheim (1951), que lo
usó para indicar que la presencia de una pareja o de niños puede
ayudar a rechazar los impulsos suicidas.
Vivir solo: la consecuencia.
La
otra explicación de la diferencia se conoce como la "teoría de la
selección". Asume que el mercado del matrimonio selecciona a los
sanos y amantes de la vida, de modo que la gente enfermiza y problemática
se "deja aparcada". Esta teoría no se ha estudiado con detalle
hasta ahora. El fin último de este artículo es desarrollarla más a
fondo.
Antes
de empezar, debemos señalar que la teoría de la selección tiene sus
limitaciones. No se puede aplicar a todas las categorías de solteros:
a los viudos relativamente infelices difícilmente se les puede
atribuir la selección. Los viudos han superado la primera vuelta del
mercado matrimonial con evidente éxito. Con frecuencia no hay dudas
acerca de una posible selección en la segunda vuelta: en la mayoría
de los casos simplemente no hay parejas disponibles para las mujeres
de mayor edad, que constituyen la mayoría de las viudas. En el mejor
de los casos se debería asumir que la gente problemática que
consiguió superar la primera selección envió en algunos casos a su
pareja a una muerte prematura. En el caso de los divorciados, la
selección en la segunda vuelta es más sencilla de imaginar. Los
problemas físicos, y en particular los problemas mentales, podrían
hacer aumentar fácilmente las posibilidades de divorcio y disminuir
las posibilidades de un segundo matrimonio. La teoría de la selección
parece más aplicable a aquellos que nunca se casaron. De hecho , de
entre éstos, un número desconocido nunca ha entrado en la selección
porque no quiere una pareja.
La felicidad antes y después de un
cambio
en el estado matrimonial
La
cuestión es ahora saber si existe algo de cierto en estas
explicaciones. Los efectos causales pueden establecerse a través de
la investigación longitudinal. Por lo tanto busqué estudios
longitudinales que hubieran seguido tanto el estado matrimonial como
la felicidad. Encontré tres: todos americanos.
La felicidad tras un cambio en el estado
matrimonial
A
primera vista los resultados parecen indicar que un cambio en el
estado matrimonial no afecta a la felicidad. Esto parecería invalidar
la primera teoría de las dos posibles explicaciones y así aprobaría
la admisibilidad de la segunda explicación. Erbes & Hedderson
(terceros en el cuadro 3) también opinan lo mismo. Escriben "...en
lugar de afectar el estado matrimonial al bienestar psicológico, es
el bienestar psicológico el que afecta al estado matrimonial" (p.
937). Pero esta conclusión no está bien considerada. Permitámonos
reflexionar más de cerca sobre los resultados.
¿No más feliz después del matrimonio?
En
el estudio llevado a cabo por Nock (1980), resultó que los
entrevistados que se casaron durante el período de investigación no
eran significativamente más felices en la última entrevista que en
la primera. Esto es aplicable tanto a los que se casaron por primera
vez como a los que se volvían a casar. La misma tendencia se muestra
en el estudio de Spanier & Furstenberg (1982) entre gente
divorciada: la vuelta al matrimonio (formal o no) no se seguía por un
aumento significativo de la felicidad. ¿Implica esto que los solteros
no se están perdiendo demasiado, o por lo menos que se ven
compensados por los frutos de la libertad?.
Estos
resultados son sin duda sugerentes, pero no convincentes. El período
cubierto por estos estudios es demasiado corto y la atención se
centra en las fechas legales del matrimonio y del divorcio más que en
el momento en que las relaciones se establecieron o disolvieron de
hecho. Estas últimas fechas a menudo precederán a las anteriores en
un tiempo considerable. En el estudio de Spanier y Furstenberg, la
mayoría de la gente que se volvió a casar probablemente ya mantenía
la relación en la época de la primera entrevista. El setenta por
ciento de los entrevistados habían respondido afirmativamente cuando
se les preguntó si planeaban volver a casarse (p. 174): en otras
palabras, ya estaban disfrutando de muchas de las ventajas del
matrimonio, con lo cual no es sorprendente que dos años después no
fueran mucho más felices que antes. Esto se aplica en menor extensión
al estudio de Nock. Este cubre un largo período de tiempo; pero aquí
también parece que la mayoría de los matrimonios que tuvieron lugar
durante el transcurso de esos cinco años eran la continuación de
relaciones que ya funcionaban en el momento de la primera entrevista.
¿No menos feliz tras el divorcio?
No hay duda de que la
muerte del cónyuge reduce considerablemente la felicidad. Nock
encontró un descenso medio de un punto en una escala de siete. El
divorcio también era seguido por un descenso de la felicidad, aunque
en menor medida. Los otros dos estudios obtuvieron conclusiones
diferentes: Erbes y Hedderson no encontraron ninguna alteración y
Spanier y Furstenberg encontraron que de hecho la felicidad aumentaba
tras el divorcio. ¿Podría esto significar que el divorcio no es tan
malo, o incluso un alivio? Cuando se consideran estos resultados, uno
debe de nuevo recordar que la fecha del divorcio no señala el final
real de la relación: el divorcio no es algo que surge de repente.
Normalmente está precedido por años de problemas y
dificultades. Se ha estimado que la gente con malos matrimonios es por
media más infeliz que los divorciados (Glenn & Weaver, 1981:
165). Desde este prisma, es entonces bastante lógico considerar que
el divorcio en sí mismo tenga poco efecto sobre la felicidad
Este argumento se aplica en menor medida a la viudedad: la muerte de
la pareja a menudo se anuncia con algún tiempo de antelación al
hecho en sí, sin embargo, el aviso suele ser menor que en caso del
divorcio. Pudiera ser que el menor período de adaptación explicara
el mayor descenso de la felicidad entre los viudos que entre los
divorciados. La transición suele ser también mayor en el caso de la
viudedad: la separación no está precedida de un período de
conflicto y los lazos pueden ser más fuertes, de hecho los lazos
pueden haberse fortalecido por la muerte. La muerte es también más
definitiva que el divorcio: uno no se puede refugiar en la idea de que
al final todo se arreglará.
La felicidad como pronóstico del estado
civil
Spanier &
Furstenberg encontraron que dos años después, estaban de nuevo
casadas menos personas de las que eran poco felices en la primera
entrevista que de aquellas que eran inicialmente más felices (p.
178). Los resultados de la encuesta de Erbes & Hedderson muestran
la misma tendencia: esta vez bajo la forma de más divorcios entre los
inicialmente menos felices. Erbes & Hedderson estimaron que la
insatisfacción conduce al divorcio, y no a la inversa: "...la gente
con actitudes negativas es más propensa a la separación/divorcio"
(p. 939).
Sin embargo, aquí también debemos ser cautos y no precipitarnos en
las conclusiones: el aumento de la probabilidad que Spanier &
Furstenberg observaron entre sus entrevistados "más felices" bien
podría ser consecuencia de la presencia de una pareja en el momento
de la primera entrevista, es decir, esta era la razón de su
felicidad. En sus observaciones Spanier & Furstenberg atribuyen la
mayor felicidad de este grupo a las perspectivas de un nuevo
matrimonio: "la probabilidad de que uno vuelva a casarse puede estar
relacionada con el bienestar propio durante el período inmediato
después de la separación" (p. 718). Lo mismo se aplicaría a la
mayor tasa de divorcio entre los entrevistados infelices en
la encuesta de Erbes & Hedderson. Aquí de nuevo podría
tratarse de una cuestión de anticipación: incluso antes de que el
divorcio fuera una posibilidad real, la satisfacción con la vida del
grupo bien podría haberse visto desalentada por problemas
matrimoniales.
Con
todo ello, no puede decirse que ninguno de estos tres estudios de
panel ofrezca base suficiente para apoyar el argumento de que la
felicidad es el resultado en vez de la causa de la situación.
¿Cómo podría la felicidad afectar a las
posibilidades de matrimonio?
Por
el momento, supongo que la infelicidad crónica tiene una influencia
negativa sobre las propias posibilidades de matrimonio. Vale la pena
estudiar cómo puede ocurrir esto. Obviamente podemos hacer poco más
que especular: además el fin último de este trabajo es generar
nuevas hipótesis, no comprobar las establecidas.
Cuando se discuten los posibles efectos de la felicidad, debe
distinguirse entre los directos y los indirectos. Los "efectos
directos" son aquellos que tiene la felicidad en sí misma
sobre las posibilidades de iniciar y mantener una relación. Los
"efectos indirectos" se refieren a las consecuencias de la
felicidad sobre el desarrollo personal, en especial sobre las características
personales que hoy en día se denominan "competencia relacional"
(Hansson et al., 1984).
También es importante destacar que los efectos de la felicidad pueden
variar a lo largo de las fases de la relación. Por lo tanto haré la
distinción entre: 1) el desarrollo de actitudes hacia el matrimonio y
el amor, 2) conocer candidatos, 3) cortejo, y 4) mantener la relación
una vez establecida. Finalmente, las relaciones no se desarrollan en
un vacío social: los posibles efectos de la felicidad sobre las
posibilidades en el amor dependen de los ideales románticos
predominantes y de la práctica normal del matrimonio. Mostraré que
la felicidad es especialmente crucial en el contexto de los modernos
modelos occidentales de matrimonio.
Efectos debidos a la felicidad como tal
Hay
al menos tres razones por las cuales es más difícil para las
personas con infelicidad crónica encontrar un cónyuge y una razón
por la cual los infelices corren un mayor riesgo de ver destruido su
matrimonio.
¿Hay menos parejas con mentalidad parecida
para los infelices?
Al elegir una pareja
el principio de la similitud o "semejante busca semejante", juega
un papel importante. No sólo se da una preferencia por una pareja con
unos antecedentes sociales y una educación similar, sino que la gente
también busca parejas en las que reconocerse tanto en las ideas y
emociones como en otras características implicadas (De Hoog,
1982). Parece probable que esta preferencia también se aplicará a
las propias actitudes hacia la vida. Si es así, la gente infeliz
estará en desventaja en el mercado del matrimonio porque en él hay más
gente feliz que infeliz.
Si los infelices gozan de menos posibilidades, entonces esto puede
suponer mayores consecuencias para ellos que la mera búsqueda larga.
Puede también inducirles a volverse menos discriminatorios en su
elección de pareja, por lo cual aumentarán sus probabilidades de
tener una relación sin éxito.
¿La gente infeliz está menos solicitada?
La
felicidad no es un tema indiferente socialmente. La cultura occidental
admira a aquellos que disfrutan de la vida. Por lo tanto los infelices
resultan probablemente menos atractivos a los ojos de las parejas
potenciales. Existen claros indicios de que hay menos demanda de gente
infeliz. Los experimentos han mostrado que se les considera menos
agradables y que están menos solicitados como compañeros de viaje y
colegas. Hasta la gente infeliz prefiere también una compañía feliz
(Bell, 1978; Coney, 1982).
¿La gente infeliz es menos fácil en el
trato?
Existen indicios de
que las personas realizan menos contactos y encuentran más difícil
relacionarse con otros cuando se sienten deprimidas que cuando
se encuentran optimistas. Wessman (1960), por ejemplo, hizo que unos
estudiantes mantuvieran un "diario del humor" durante seis
semanas. Descubrió que los días que estaban desanimados, los
estudiantes eran menos activos y abiertos a otras personas que los días
que se sentían bien. Los resultados de los experimentos muestran la
misma tendencia: la gente cuyo estado de ánimo era alto se
mostraba más servicial y colaboradora que los controles, mientras que
la gente a deprimida se mostró más introvertida (p. ej. Gouax,
1971).
Si un ánimo bajo favorece sin duda la introversión social, ocurre
entonces que la gente infeliz tendrá más dificultades para encontrar
pareja. Igualmente podemos imaginar que se encontró que los infelices
eran menos aptos para enamorarse que los felices (Critelli, 1977).
Esto resulta contrario a la teoría de que la gente infeliz busca
consuelo en el amor.
Todo esto puede afectar a la perspectiva de amor y matrimonio. Puede
albergar tanto actitudes cínicas como ideales irreales,
reduciendo ambas las posibilidades de matrimonio.
¿Es la gente infeliz menos segura?
En
la sociedad occidental moderna, los matrimonios ya no se establecen
por razones de necesidad económica ni oportunismo político; el
principal motivo hoy en día es el placer de vivir juntos. Esto
desemboca en unas bases decididamente frágiles, razón por la cual
tantos matrimonios actuales terminan en divorcio. Así visto, no
resulta sorprendente que los esposos de hoy en día sean propensos a
preocuparse de si su relación es realmente un éxito. Si uno de ellos
es infeliz crónico, seguramente surgirán dudas, si no existe ninguna
otra razón evidente, como una enfermedad o un problema de desempleo.
Efectos debidos a caracrísticas
dependientes de la felicidad
El
placer que una persona recibe de la vida probablemente afectará para
un mayor desarrollo psicológico. Es probable, por ejemplo, que los niños
felices se comporten de una manera más simpática que los niños
pesados y que por lo tanto crezcan con una mayor confianza en el ser
humano. En otro trabajo he mostrado que una gran parte de las
correlaciones personales con la felicidad se pueden interpretar de
esta manera (Veenhoven, 1984a: 277). Concretamente, existen indicios
de que la infelicidad alberga una actitud pasiva hacia la vida (p.
282) y refuerza la idea de que la propia vida está siendo manejada
por fuerzas externas ajenas a nuestro control ("creencia del control
externo", p. 292). También parece que la infelicidad tiende a
desarrollar una "imagen negativa de uno mismo", y por lo tanto a
"preocuparse por uno mismo" más que por abrirse a otros, y
disminuye la empatía (p. 280).
Todas estas características se refieren en la documentación como
aspectos de "competencia relacional" (véase Hanson et al., 1984).
Son estas características las que determinan principalmente el grado
hasta el cual uno es capaz de sacar provecho de las propias
posibilidades en el mercado matrimonial. El siguiente párrafo trata más
detalladamente cómo puede funcionar esto y por qué estas características
son particularmente cruciales en la sociedad moderna.
Pasividad
Una
actitud pasiva hacia la vida no mejora las oportunidades en el amor.
Puede fácilmente conducirnos a esperar al príncipe azul. Puesto que
la mayor pasividad de la gente infeliz supone menos contactos, las
posibilidades reales de encontrar tal príncipe son realmente pequeñas.
La pasividad es especialmente nociva en el mundo actual, donde se
espera que cada uno busque su propia pareja; podría no ser tan
perjudicial en culturas en las que el matrimonio es concertado o en
las que la elección de pareja se limita a un reducido círculo local.
De nuevo aquí vale la pena recordar que es en los países más
modernos donde las diferencias entre la felicidad de la gente soltera
y casada son más pronunciadas.
También es posible que una actitud pasiva haga más probable la
ruptura de la relación: en estos tiempos se requiere una actitud más
activa. La desaparición de muchas de las normas que solían guiar la
relación conyugal en tiempos antiguos implica que uno mismo deba
moldear la relación; esto requiere iniciativa y creatividad.
Nuevamente esto es más típico en la mayoría de las sociedades
modernas.
Control externo
Difícilmente
se puede esperar iniciativa de gente que cree que su propio esfuerzo
no vale nada. Esta es una de las razones por las que la gente infeliz
tiene menos probabilidades de jugar un papel activo en el mercado
matrimonial. La idea de que la propia vida está controlada por
fuerzas externas no ayuda tampoco a una relación en curso: no motivará
a estas personas para que intenten cambiar los patrones que no les
sean satisfactorios. Nuevamente, y por las mismas razones, los
problemas serán mayores en las sociedades modernas que en las
tradicionales. El matrimonio tradicional se caracteriza por roles
específicos para el hombre y la mujer, cada uno con su propia esfera
de influencia. De Swaan (1982) se refiere a este fenómeno como una
"convivencia de órdenes". Describe el desplazamiento gradual
hacia la "convivencia por negociación", en la cual los cónyuges
desarrollan sus propios acuerdos. Las parejas que no son capaces de
mantenerse por sí mismas pueden encontrarse en desventaja en este último
modelo. A largo plazo puede forzarles a abandonar completamente el
matrimonio, puesto que negocian mal su postura.
Autoestima más baja
Tener
contacto con otras personas resulta mejor si uno mismo se considera
como alguien que merece la pena: si no lo hace, se puede ser demasiado
rápido anticipando el rechazo. Una baja autoestima también puede
llevarnos a elegir la pareja que no sea adecuada: no es un buen
principio.
Hay otras razones por las cuales una baja autoestima no es útil para
mantener relaciones existentes. La auto-depreciación es un
inconveniente en las relaciones amorosas. La gente que no se gusta a sí
misma siente una fuerte necesidad tanto de amor como de comprensión,
pero al mismo tiempo no puede creer que gusten realmente a la otra
parte. También, suelen estar demasiado preocupados por ellos mismos
como para ser capaces de dar suficiente a cambio (véase Frenken,
1978). Otra vez aquí hablamos de una característica que juega
un papel determinante en el matrimonio moderno. El matrimonio
tradicional podía de alguna manera mantenerse sin amor, pero el
matrimonio moderno no puede. La autoestima es por lo tanto más
importante para el matrimonio moderno.
Menos empatía
La
empatía juega un papel importante a la hora de establecer contacto
con otras personas. Al "conquistar" una pareja hay que ser capaz
de ponerse en la situación de la otra persona. Una evaluación
incorrecta de los sentimientos del otro puede conducir a un rechazo
doloroso.
La empatía sigue siendo importante después de que el contacto
inicial ya se ha realizado: cuanto más capaz sea uno de comprender a
la otra parte, más adecuadamente podrá reaccionar. De nuevo estas
capacidades son cruciales para el matrimonio moderno. El entendimiento
mutuo y la apertura son más importantes en el modelo moderno de amor
que en el modelo tradicional en el que la "fidelidad" y la
"obligación" desempeñaban un papel más importante.
Conclusión
Una
apreciación positiva de la vida parece favorecer las posibilidades de
matrimonio. La evidencia de que disponemos no nos da, sin embargo,
pruebas definitivas. De cualquier modo, está claro que la felicidad
no daña al matrimonio. Más bien fomenta las posibilidades de
encontrar pareja y de mantener la unión.
Ruut
Veenhoven
Traducción realizada por Alejandra Cortés
Supervisado por Concepción Vargas Juárez |