NUESTROS
PENSAMIENTOS Y SENTIMIENTOS Y SU RELACIÓN CON LAS ENFERMEDADES
CORONARIAS
Incluso
a los médicos les resulta difícil aceptar ‘que lo que un
hombre siente, percibe y cree puede ser tan importante como lo que
come o inhala en las causas de la enfermedad coronaria clínica’.
Así
opina el Dr. Meyer Friedman, el cardiólogo californiano que,
junto con su colega Ray Rosenman, desempeñó un papel
importante en llamar la atención del mundo hacia la importancia de
los factores mentales en la etiología de la enfermedad coronaria.
Estos
dos pioneros encontraron que las personas de cierta disposición
emocional son particularmente vulnerables a sufrir problemas cardíacos.
Las características peligrosas que han identificado son una
combinación de agresión, ambición y preocupación excesiva por el
paso del tiempo, una obsesión que denominan la ‘enfermedad de la
preocupación’.
A
este conjunto de rasgos lo caracterizaron como ‘conducta de tipo
A’, una expresión ya incorporada al lenguaje técnico. La
experiencia les enseñó que este conjunto de características
mentales era el determinante principal de la enfermedad cardiaca,
una causa más importante que todos los factores físicos comúnmente
reconocidos como riesgosos, tales como la obesidad, la falta de
ejercicio, el consumo de cigarrillos y una dieta con exceso de grasa.
Frente
a esta circunstancia, para asegurar la validez de su razonamiento y
despejar dudas, Friedman y Rosenman emprendieron un estudio
sobre 3500 hombres que se prolongó durante diez años.
Al
comienzo dividieron a los hombres en dos grupos de personalidad:
los del tipo A, asertivos y rígidos y los del tipo B, más
relajados y tranquilos. Cuando establecieron esta clasificación
preliminar, investigaron la salud física de los hombres y
comprobaron si fumaban, cuánto ejercicio realizaban, sus niveles de
colesterol y las características de su dieta. Luego se sentaron a
esperar el curso de los acontecimientos. En la década siguiente, más
de 250 de los hombres previamente sanos sufrieron un ataque
cardíaco.
La
pregunta vital era: ¿podían haberse previsto estas calamidades a
partir de las primeras pruebas de clasificación ? Una revisión
detallada de los datos proporcionó un apoyo abrumador a la hipótesis
de los investigadores, tal como señaló el Dr. Friedman:
‘Los
datos sobre alimentación que obtuvimos al comienzo, ¿nos ayudaron a
predecir quién estaría más expuesto a sufrir más adelante una
enfermedad cardíaca? ¡En absoluto! La cantidad de ejercicio que
realizaban, ¿nos ayudó a diferenciar quién sufriría después una
afección cardíaca? ¡En absoluto!’.
En
realidad el único signo de indiscutible valor diagnóstico fue la
disposición mental de los hombres. Cuando se efectuó el análisis
final se descubrió que los hombres clasificados originalmente en el tipo
A tenían una probabilidad tres veces mayor de sufrir una
enfermedad cardiaca que quienes originalmente habían sido
clasificados como personalidades de tipo B, independientemente del
hecho de que fumaran, tuvieran sobrepeso, fueran sedentarios o
consumieran grandes cantidades de alimentos grasos.
Friedman y Rosenman descubrieron que las personas que exhibían una
conducta tipo A -ambiciosos, altamente competitivos, coléricos y
obsesionados por el tiempo- presentaban niveles elevados de
colesterol en la sangre y un riesgo siete veces mayor de
presentar signos clínicos de enfermedad cardiaca.
El
hombre común no se sentirá muy sorprendidos por estos resultados,
porque la tradición popular siempre ha reconocido un estrecho vínculo
entre las emociones y la función del corazón. Cuando nos
enamoramos ‘nos palpita fuertemente el corazón’.
Cuando sentimos temor nuestro ‘corazón se detiene’.
Cuando estamos disgustados ‘nos duele el corazón’.
Orígenes de la problemática mente-cuerpo |