INTELIGENCIA
EMOCIONAL
en
la Educación
EL
RENDIMIENTO ACADÉMICO Y LA AUTOESTIMA
CUIDADO CON LOS CARTELES
Los
profesores, con la enseñanza, evaluación y valoración de los
resultados de los alumnos, son también responsables del nivel de autoestima
académica de sus alumnos. Si además, en algunos casos, realizan
interpretaciones negativas de las intenciones y capacidades de los
alumnos, pueden llegar a obligar a que éstos se desprecien también a
sí mismos.
La
profesión de educador y formador es una de las más importantes,
pero, muchas veces, corre el peligro de provocar efectos contrarios a
los deseados.
Cuando
el profesor posee un bajo concepto del alumno, éste lo intuye, y
se sitúa en clara desventaja frente a la opinión del profesor,
experto y dotado de reconocimiento oficial. Con el tiempo, el alumno
acaba aceptando la opinión negativa del profesor y se comporta como
un mal alumno. El problema se agrava si consideramos que, por una
parte, el profesor no puede cambiar si no ve resultados positivos en
el alumno, y por otra, que éste no va a mejorar si el profesor no le
señala sus limitaciones y no le ayuda.
Esta
enfermedad educativa se expande: los profesores que tienen un bajo
concepto de sus alumnos, acaban despreciándoles, se distancian de
ellos, pueden intentar cambiar de curso o nivel, pero con el
tiempo, se sienten insatisfechos como educadores y profesores y, finalmente, sus juicios de valor peyorativos sobre los alumnos
revierten en autovaloraciones negativas como docentes.
Los
maestros muchas veces catalogan a sus alumnos, los clasifican y, sin
reflexionar sobre el valor que tiene su palabra, les ponen la ETIQUETA
de ‘buen alumno’ o ‘mal alumno’.
Tal
como lo señala Carina Kaplan en su obra "Buenos
y malos alumnos: descripciones que predicen" :
"...al
mismo tiempo que el maestro conoce a sus alumnos, los clasifica o
categoriza: A es "inteligente", B es "inquieto", C es "desprolijo", D es
"conversador", E es "aplicado", etc..."
Esta
clasificación trae aparejada una valoración y un resultado
esperado, y esto es lo que constituye el peligro de las
‘etiquetas’.
Los
‘buenos alumnos’ tampoco se la llevan de arriba. Hay muchos que no
son jóvenes felices a pesar de sus logros. Es que se les
impone una exigencia extrema, que puede coartar emocionalmente al
alumno hasta no permitirle desarrollar su creatividad, impedirle
compartir, querer ganar siempre.
Son
‘chicos perfectos’, a los que no se les permite una mala
nota, ni una materia baja. El riesgo aparece (no sólo en
referencia al stress) sino ante la eventualidad de que al llegar a la
universidad fracasen en un examen o, en su primer trabajo, un jefe les
dé una indicación en forma poco amable. Generalmente se les viene
abajo el mundo, se deprimen y terminan sin alcanzar éxito en su
profesión.
Los adultos
debemos pensar el valor que tienen para los niños y los jóvenes cada
palabra que pronunciamos, a veces sin medir.
Cuando
son descalificatorias o resaltan las fallas, suelen ayudar a provocar
los fracasos que generalmente auguran: ‘¿ves que no servís
para nada?’
Cuando
resaltan la confianza en lo que el joven es capaz de lograr sin
desconocer ni negar los límites de lo posible, suelen estimular el
despliegue de todas sus potencialidades. ‘Seguí adelante que lo vas
a lograr’.
Cuando
contienen la exigencia de cumplir con expectativas desmedidas de los
adultos, desconociendo las posibilidades del joven, contribuyen a
resentir aspectos emocionales o a disparar una enfermedad somática,
aun cuando se logre un buen rendimiento intelectual. Esto
habitualmente se genera con el mandato: ‘Tenés que ser el
mejor’ (en la casa, de parte de los padres), o ‘Siempre
fuiste el mejor alumno, ¿por qué no seguís siéndolo?’ (en
el aula, de parte del profesor).
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EMOCIONAL EN LA EDUCACIÓN
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