EL
ESPEJO
Un
espejo psicológico que su hijo emplea para construir su
propia identidad
¿Alguna
vez se imaginó usted a sí mismo como
espejo? Pues sepa que lo es: un espejo psicológico
que su hijo emplea para construir su propia identidad. Y
sepa también que toda la vida de él ha de resultar afectada
por las conclusiones que obtenga de la observación implícita.
Los
niños nacen sin sentido del yo. Cada uno de nosotros debe
APRENDER a ser humano, en el sentido que usted y yo asignamos
a esa palabra. En ocasiones, se han hallado niños que
lograron sobrevivir en completa aislación respecto de otras
personas. Carente de lenguaje, de conciencia, de necesidad de
los demás y de sentido de la identidad, el 'niño lobo'
es humano sólo en apariencia. El estudio de semejantes casos
nos enseña que la personalidad consciente no es instintiva.
Se trata, en cambio, de una realización social, que
aprendemos de la vida en contacto con los demás.
Un
niño pequeño, que recién comienza a dar sus primeros pasos,
arrebata el juguete de su amigo, deleitado con la magnífica
presa que acaba de cobrar. A su edad, la preocupación por las
necesidades de los demás no existe, y el llanto de su compañero
de juegos lo deja completamente sin cuidado. Su madre lo
reprende: '¡Pedrito! ¡Esto no está bien!
¿Eres un nene malo?...'
Para
el niño pequeño, los demás -en especial sus padres- son
espejos infalibles. Cuando su madre lo describe como malo,
Pedrito concluye que esa debe ser una de las cualidades que él
posee, y se pone a sí mismo ese rótulo para ese momento
particular. Las palabras (y las actitudes) de ella poseen un
peso tremendo.
Imaginemos
que la madre sea para Pedrito un espejo que constantemente le
devuelva reflejos negativos de sí mismo. A lo largo de los años,
el niño sólo oirá, entonces, expresiones de este cariz:
'¡Nada puedo hacer con este chico, es una criatura
imposible!'; '¿Qué quieres AHORA?'
(en tono impaciente, como quien dice: '¡Dios mío,
otra vez !'); '¿Por qué no consigues buenas
notas, como tu hermana?' ; 'Invitaron a Pedrito
a pasar el fin de semana fuera' (en tono de gran alivio) ;
'No veo la hora en que acaben las vacaciones y Pedrito
vuelva a la escuela'. Al ingresar Pedrito al primer grado,
las palabras de su madre a la maestra fueron: 'La
compadezco, señorita, ¡ahora él va a estar con usted la
mayor parte del día?' Cuando se ve con qué
aplanadora le tocó vivir, comprende uno por qué Pedrito
desarrolló una imagen tan chata de sí mismo. No sería de
extrañar el que se tuviera a sí mismo por algo así como un
dolor de muelas.
De
una cosa no caben dudas: LAS PALABRAS TAMBIÉN TIENE
PODER. Tanto pueden servir para erigir como para derrumbar el
respeto propio. Pero las palabras deben acompañar a
sentimientos verdaderos. La alta autoestima no proviene de la
adulación, de hecho, nada puede ser peor que esta última. A
menos que las palabras coincidan con las actitudes, los niños
advierten la discrepancia entre unas y otras. Y de ese modo,
comienzan a desconfiar de lo que decimos.
Como
ocurre con los mensajes sin palabras, las explosiones verbales
negativas que ocurren de vez en cuando no tienen efectos
permanentes. Todos los padres perdemos la paciencia en
ocasiones (aun así, los sentimientos negativos se pueden
evacuar en forma constructiva, como veremos más adelante).
Pero el niño que vive sumergido en la difamación verbal,
llega por último a la siguiente conclusión: 'Debo
ser una persona insignificante. Cuando uno no le gusta a sus
propios padres, ¿a quién más habría de gustarle?'
EL
TRATO DEFINE LA PROPIA IMAGEN
La
autoestima elevada proviene, entonces, de las reflexiones
positivas que se hagan en torno del niño. Alguien podría
aducir que conoce personas que, cuando niños, tuvieron las
peores relaciones posibles con sus padres y con la gente en
general y que, pese a todo, son hoy gente equilibrada y
exitosa, que parece muy segura de sí misma y logra
realizaciones sobresalientes.
Existen,
en efecto, muchas personas así. Pero los atributos externos
del 'éxito' no son índice seguro de paz interior. Con
mucha frecuencia, individuos que parecen exitosos vistos desde
fuera, pagan, en su interior, un alto precio por ello:
viven tras las máscaras de la falsa confianza en sí mismos,
la alienación, las defensas neuróticas y el descontento
constante. Sujetos solitarios que no gustan de sí mismos,
suelen usar la ocupación permanente como escapatoria. Y se
sienten inadaptados, por muchas pruebas de 'éxito'
externo que logren reunir.
LAS
PALABRAS SON MENOS IMPORTANTES QUE LOS JUICIOS QUE LAS ACOMPAÑAN.
Un
padre puede llamar 'monstruo' a su hijo, pero lo hace con
tono cariñoso y de orgullo. Es como si le dijera :
'Hijo, eres un gran tipo'. Ese niño se define a sí mismo
como monstruo, pero lleva ese rótulo con orgullo. Recordemos
esta premisa: el
lenguaje corporal habla siempre en tono más alto que las
palabras.
El
juicio de sí mismo por parte del niño surge de los juicios
de los demás. Y cuanto más gusta de su autoimagen, mayor es
su autoestima.
Hacia
los cinco años, todo niño ha recogido, por lo general, imágenes
reflejas de sí mismo en cantidad suficiente para dar forma a
su primera estimación generla de su propio valor. Tal vez no
se sienta conforme consigo mismo en todo momento pero si, en términos
generales, se siente básicamente digno de que lo quieran y
valioso, estará contento de ser quien es.
TODA
IDENTIDAD POSITIVA SE ARTICULA EN EXPERIENCIAS VITALES
POSITIVAS.
TODO
NIÑO BUSCA PARA SÍ UNA IMAGEN DE CAPACIDAD Y FUERZA. Y
AJUSTA SU CONDUCTA A SU AUTOIMAGEN.
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