CÓMO
HABLAR DE FORMA
QUE EL NIÑO PIENSE
Inculcar competencia social e inteligencia emocional requiere un
enfoque en cierto modo diferente de la crianza de los hijos.
Más
que decirle al niño lo que tiene que hacer, lo que debe lograrse es
que sea capaz de pensar por sí mismo. Esto puede resultarles difícil
a los padres, porque no constituye una reacción natural. Como padres,
deseamos que nuestros hijos se conviertan en versiones más perfectas
de nosotros mismos. Además, como les queremos, deseamos evitarles
todo el sufrimiento y las penas que nosotros experimentamos como
resultado de nuestros errores. Por tanto, tendemos a decirles qué
tienen que hacer basándonos en nuestros años de ensayos y errores.
Sin embargo, es probable que los niños no nos escuchen en absoluto, y
nuestra tarea como padres reside en enseñarles cómo ser
independientes a la hora de resolver sus propios problemas. No siempre
podemos estar ahí para decirles qué hacer y cómo deberían
comportarse, ni deseamos hacerlo en realidad.
El
objetivo de educar a los niños es enseñarles cómo pensar por sí
mismos y comportarse según una serie de pautas morales
impartidas por los padres.
Otro
aspecto que convierte la educación en todo un reto es que resulta
imposible ser objetivos con nuestros propios hijos. Mantenemos con
ellos intensos lazos emocionales, y la naturaleza de la relación
provoca que reaccionemos ante nuestros hijos de un modo más emocional
que cognitivo. Cuando el niño exclama ' ¡Te odio !',
el padre no piensa : 'Veo que mi hijo está frustrado y
exterioriza esa emoción negativa hacia mí porque represento un
objetivo seguro'. EL padre reacciona en cambio sintiéndose herido,
lo que introduce emociones intensas en lo que idealmente sería una
valoración más racional de la situación y acción reflexiva. Ese
grado elevado de intensidad emocional puede llevar a los padres a
responder en forma instintiva, haciéndoles retroceder a cualesquiera
que fueran las viejas pautas establecidas en sus propias
infancias.
El
resentimiento que a menudo sienten los padres como resultado de volver
a experimentar esas reacciones fruto de la emoción les provoca ira,
incluyendo en ocasiones una ira dirigida erróneamente hacia el niño
como 'causa' de todos los problemas, caso éste que implica el
potencial para un ciclo de interacciones progenitor-hijo desagradables
e inefectivas.
CÓMO HABLAR DE FORMA
QUE LOS NIÑOS NO PIENSEN
1. Dígales
exactamente lo que piensa en todas las ocasiones.
2. Evalúe
sus ideas y afirmaciones tan pronto como las expongan. Etiquételas
como 'buenas' o 'malas'.
3. Cada
vez que disponga de la oportunidad, ofrézcales los sabios consejos de
su propia niñez ('Cuando yo tenía tu edad...')
4. Elimine
cualquier posibilidad de decepción evitando que los niños sigan un
camino que usted cree que no es el correcto. 'Es imposible que eso
funcione'. 'A nadie en su sano juicio se le ocurriría una cosa así'.
5. Muestre
seriedad en todo momento. Los deberes, las tareas domésticas,
ocuparse de los más pequeños, las actividades extraacadémicas y los
deportes son responsabilidades que deben abordarse de manera solemne,
decorosa y estoica.
6. Mejor
ahorrarse palabras que desperdiciarlas. NO hay necesidad de repetirse.
Las explicaciones deberían darse una sola vez. Los niños precisan
escuchar atentamente la primera vez y, además, saben qué quieren
decir los adultos.
7. 'Haz
lo que yo diga, no lo que yo haga'.
8. Haga
que sus hijos le consideren perfecto o perfecta. Nunca les demuestre
que no entiende algo o que se ha equivocado.
Cuando los padres utilizan de forma exhaustiva, cada uno de estos
'antiprincipios' erige verdaderos controles de carretera en los
procesos mentales de los niños. Lo hacen de distintos modos, unos, no
proporcionando a los niños información que necesitan ; otros,
impidiendo que las posibilidades sean siquiera consideradas. Algunos
reflejan incertidumbre acerca de qué deben hacer exactamente los
padres para transmitir sus puntos de vista a sus hijos. Otros tratan a
los niños como adultos en miniatura, algo que desde luego no son.
Para
bien o para mal, vivimos en la época de los cuestionamientos. Y la
clave para responder a las cuestiones que nos plantean los niños no
es la de precipitarnos a darles una respuesta. La clave es
sermonearles menos y escucharles más ; decirles menos y
mostrarles más ; dirigirles menos y cuestionarles más ;
sustituir la coacción por la persuasión ; forjarles el carácter
desde el interior de sí mismos, no a base de exigencias. Todo esto no
puede suceder a menos que entre padres e hijos se haya establecido una
relación, y que unos y otros sean participantes emocionalmente
inteligentes y capaces de reflexión y de afecto de esa relación.
La
razón que nos lleva a plantearles nuestros principios rectores es que
constituyen un potente antídoto para la familia contra el impulso de
actuar sin reflexión y afecto. Se basan en la creencia de que la
educación emocionalmente inteligente está dirigida a ayudar al niño
a adquirir las aptitudes precisas para vivir según la inteligencia
emocional. La palabra aptitudes significa que debe tener lugar el
aprendizaje, con todos los ensayos y errores que éste implica. Usted
pretende guiar y facilitar, más que pontificar o exigir.
Esto
puede hacer sentirse incómodos a los padres si se plantea como una pérdida
de control o de autoridad. Pero no es ése el caso. El padre guía al
niño a través de un proceso, pero debe estar dispuesto a abandonar
ideas preconcebidas acerca de cuál es la respuesta 'correcta'.
Con ello, al igual que con nuestros consejos negativos, sólo
conseguiría reprimir el pensamiento del niño. Cuando los niños se
resisten y los padres tratan de guiarles hacia la respuesta
'correcta', es muy probable que éstos acaben frustrados, y que no
tarde en tener lugar una discusión.
No
vaya a pensar, sin embargo, que las cosas van a irle necesariamente
mejor si el niño es dócil. La cooperación puede ser en efecto una
forma de darle a los padres lo que quieren escuchar. Pero eso dice
bien poco acerca de lo que el niño piensa o siente en realidad, y de
lo que pueda hacer cuando surge una situación determinada. Indicarle
al niño qué hacer en una situación dada y hacer que siga tales
directrices no es lo mismo que enseñar a los niños a resolver
problemas por sí mismos, cuando no haya adultos a quienes recurrir y
se ejerza presión sobre ellos, ya sea por parte de sus compañeros u
otras influencias.
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