EL
ORDEN DE NACIMIENTO
'Hemos
nacido en la misma familia, crecido en el mismo ambiente y
recibido la misma educación. Hemos vivido también las mismas
experiencias y gozado de las mismas posibilidades y, sin
embargo, ¡somos tan distintos!'
A
menudo, asombra ver que muchos niños nacidos de los mismos
padres y crecidos en el mismo ambiente revelan luego actitudes
y caracteres muy diferentes, quizá opuestos, como el destino
que luego tendrán en la vida. Uno puede ser un holgazán, un
'bueno para nada', mientras que el otro, por el contrario,
una persona que desde niño demostraba un gran sentido de la
responsabilidad, el placer de hacer cosas y de lograr
afirmarse. ¿Por qué uno es introvertido, tímido, temeroso
de todo y en cambio el otro es alguien lleno de entusiasmo, de
vitalidad y de iniciativas? ¿Por qué el uno es tan
seguro de sí y el otro, en cambio, se muestra lleno de dudas,
de incertidumbres, ansioso siempre de aprobación?
Toda persona posee su
propio carácter, es verdad, y lo expresa desde pequeño, pero
no se nace ya dispuesto al éxito o al fracaso o ya
responsable o inconsciente. Hay muchas cosas que influyen en
la formación del carácter de una persona, en su modo de ser
y afrontar la vida desde su mismo nacimiento. Una de estas
cosas es el orden de nacimiento, aun cuando a primera vista
pueda parecer extraño.
El primogénito es serio, ordenado, responsable y sobre
todo introvertido. El segundo, en cambio, es diplomático,
alegre, sociable. ¿Y el último? Habitualmente
es mimoso, rebelde imprevisible.
Todos,
desde pequeños, muestran actitudes distintas; distintos
modos de reaccionar frente a las situaciones, de afrontar los
primeros obstáculos de la vida. Lo dicen a menudo las mismas
madres, habitualmente sorprendidas de la diferencia, pero
también lo confirman las investigaciones que distintos psicólogos
han llevado a cabo precisamente en este campo. ¿De qué modo
el orden de nacimiento puede determinar notables diferencias
en el desarrollo de un niño?
Naturalmente,
ser primogénito o ultimogénito no es el único hecho que
cuenta en la formación del carácter y de la personalidad de
un niño. También influyen los condicionamientos genéticos,
psicológicos y ambientales, que nunca son totalmente iguales.
El
orden de nacimiento no sólo señala a cada hijo un puesto
distinto en la familia, sino también en la vida, en el mundo,
según las investigaciones llevadas a cabo en los últimos
decenios.
El
primero que se ocupó de los efectos del orden de nacimiento
en el desarrollo del niño fue el psicoanalista Alfred Adler,
discípulo de Freud, en un amplio ensayo sobre el tema
aparecido en 1947. Según Adler, el primogénito sufre
un verdadero 'drama de desentronización'; después
de haber gozado, al menos por cierto período, de la situación
de privilegio absoluto del hijo único, habituado a tenerlo
todo para sí, sobre todo el amor de los padres, sin tener que
compartir ni renunciar a nada, al igual que un pequeño rey;
con la aparición del segundo hijo se siente 'dejado de
lado'. En una palabra, un poco entre bastidores, como un
figurante a quien se llama de tanto en tanto para interpretar
su parte sobre el escenario de los afectos familiares que
parecen ahora estar enteramente centrados en el recién
nacido.
No
todos los primogénitos, naturalmente, reaccionan del mismo
modo frente a esta imprevista pérdida de poder o
'desentronización'. Hay quienes se vuelven regresivos, es
decir, intentan volverse pequeños como el hermanito con la
ilusión de ser nuevamente importantes: de pronto,
vuelven a hacerse pipí en la cama, reclaman el biberón, no
saben ya ponerse los zapatos o el abrigo. Recorren así hacia
atrás todos aquellos pasos que adelante en su crecimiento que
eran acogidos en su familia como verdaderos acontecimientos
dignos de festejar y motivo de orgullo y admiración para
ellos.
Pero
bien pronto advierten que el hecho de no saber ya más atar
las cintas de sus zapatos o de beber la leche sólo con el
biberón ya no es festejado dentro de la familia ni provoca
sobresaltos de ternura en su mamá, sino irritación y
fastidio: 'Pero, ¿no ves que no puedo estar ocupándome
de vos por cualquier tontería? ¿Y tu hermanito,
entonces ? ¡El sí es DE VERAS pequeño!'
Y
palabras como éstas van acompañadas a menudo de modos
bruscos y expeditivos y, a veces, incluso de castigos.
Entonces, tanto le da adaptarse a no ser más el rey, tanto le
da ocuparse también él, el primogénito, del hermanito, si
así marchan mejor las cosas : ciertamente, esto le sirve
para no estar siempre entre bambalinas espiando, lleno de
celos, los mimos y atenciones reservados al otro, al intruso.
Otros
niños reaccionan ante esta intrusión en un reino que antes
le pertenecía sólo a él ayudando, de pronto, a su mamá en
los cuidados del hermanito; complaciéndose en ser
siempre el más querido, en este caso, por su responsabilidad,
por la seriedad con que lleva a cabo las pequeñas tareas que
se le confían, por ser, en suma, 'mayor'.
Otra
conducta del niño herido y decepcionado por su mamá que
parece ocuparse sólo del recién nacido es reaccionar pegándole
a la mamá con igual moneda : se muestra indiferente en
aquellas ocasiones en que su ternura se vuelca hacia él,
compensando su desapego por la madre con una mayor afección
hacia el padre. Ahora que es mayor puede hacer tantas cosas
como él, como un verdadero hombrecito o mujercita, creando
con el padre un nuevo pequeño universo del cual él, el
primogénito, continúa siendo incomparable soberano.
Otros
niños, en cambio, frente a la injusticia de la que se sienten
víctimas, ni se ocupan del recién llegado ni de los demás,
sino sólo de sí mismos y reaccionan, de tanto en tanto, con
explosiones de patética agresividad contra el hermanito o
contra los padres.
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