DOCE
CONSEJOS PARA AYUDAR A NUESTROS HIJOS A VIVIR LA GENEROSIDAD
1. Enseñarles desde
pequeños que ninguno de los bienes materiales que poseen les
pertenece plenamente. No tienen derecho a romper los juguetes que les
han regalado.
2. Hacer patente a
los hijos que los padres tampoco tenemos como propios estos bienes.
3. Acostumbrarles a
cederse mutuamente juegos, útiles de trabajo, libros, etc.
4. Los padres tienen
que ser generosos en el tiempo que dedican a sus hijos para ayudarles
en el estudio, para descansar con ellos, etc. Es un ejemplo muy
importante de entrega a los demás.
5. Los chicos, desde
pequeños deben ser generosos con su tiempo. A veces tendrán que
dejar un trabajo o el mismo estudio, un encargo, para atender otro más
importante.
6. Además de los
pequeños servicios que se les solicita para ayudar a la convivencia
familiar, es muy adecuado asignar algún cometido fijo, asequible a su
edad, que suscite su sentido de responsabilidad y suponga un pequeño
vencimiento (detalles de orden material, cuidado de alguna zona de la
casa, atención a algún hermano menor, etc.). En todo caso, conviene
tener flexibilidad en los encargos. Es más importante fomentar la
unidad y el mutuo servicio que el estricto cumplimiento de un encargo
concreto.
7. Tener prudencia en
las expresiones y conversaciones en las que se ensalza o se añora la
consecución de los bienes materiales o los triunfos estrictamente
humanos. Especialmente cuando se empieza a abordar el tema de las
carreras profesionales.
8. Tener mucha
constancia en fomentar la generosidad, aunque parezca que no se avanza
nada. En realidad se está encauzando una tendencia natural.
9. Cuidar de que una
parte de su dinero la entreguen como limosna. Que ahorren para hacer
regalos a sus padres y hermanos.
10.Fomentar las
acciones de gracias desde pequeños. El agradecimiento nos lleva a
corresponder y a ser generosos con quien primeramente nos ha hecho el
bien.
11. Ejercitar obras
de misericordia corporales, acompañados de los hijos, de modo que el
contacto con los que sufren, con los desheredados, sea, además, el
mejor antídoto contra el aburguesamiento.
12. Conviene que los
hijos sepan -del modo más conveniente en cada caso- que en su familia
se ayuda económicamente a labores sociales, formativas o benéficas.
EDUCAR
LA GENEROSIDAD
El ambiente no
favorece los grandes ideales, hasta el punto de que tenerlos es
considerado una rareza o una originalidad, como la del que recita una
poesía en medio de una reunión de empresarios.
Los hijos están
rodeados de ideales chatos, de ilusiones mediocres, de aspiraciones
superficiales. Los valores son los que señala el mercado, es decir,
los que aceptados por el ambiente: dinero, bienestar, comodidad,
panoramas, pasarlo bien, darse gustos, vivir para si mismo, tratar de
sacar siempre la mejor tajada, cosas, marcas, etc. Por otra parte,
también los padres dirigen todos sus esfuerzos educativos a proyectos
externos: éxito, buenas notas, ingreso a la universidad a una carrera
rentable, etc. La palabra servicio, ideales, sentido verdadero de la
vida, no figuran en el vocabulario usual, no suelen estar presentes en
el ambiente familiar. Es la asfixia de la mediocridad, que termina
ahogando cualquier germen de aspiración a ideales.
Se nota tanto cuando
una familia no tiene más que una obsesión: el bienestar, la
comodidad, el confort. Se gira en torno a las cosas, a los aparatos, a
las marcas, a los precios, a los panoramas; los cajones, las estanterías,
que son el corazón de la casa. La materia impregna las relaciones, se
rinde culto a lo placentero, a lo inmediato. Eduquemos en contraste
para el sacrificio, para la negación de uno mismo, para el
doblegamiento del egoísmo, para que el niño se entere de la
existencia de otros, de la humanidad doliente de muchos, de manera que
en su horizonte y en sus proyectos haya algo más que él mismo.
Se ha de enseñar a
vivir desde la más tierna infancia. Compasión, ayuda, servicio,
preocupación por los demás. En una palabra, que aprenda a salir de sí
mismo, venciendo la pereza que achica los espacios y reduce el mundo
de tantos niños.
El niño quiere
ayudar, servir, aspira en lo más profundo a sentirse útil, a
colaborar; a la vez que se siente atado a la pereza que le impide
mover un dedo en favor de otra persona. Motivar, estimular, incentivar
lo primero, es propio de la educación de la generosidad.
Hay que dar
oportunidades para servir, aunque los servicios que pueda prestar un
niño parezcan torpes e innecesarios, o haya otros que puedan hacer lo
mismo con mayor perfección y eficacia.
El bienestar acaba en
el tedio y el cansancio, creando una corteza dura en el corazón.
Cuando el corazón humano no es más que una bodega de cosas
apetecibles que le han sido satisfechas, el primer dolor o el primer
fracaso arrasan con todo. Quien construye su vida en torno a las
cosas, no soporta la vida sin ellas.
Lograr las cosas que
se desean produce una satisfacción momentánea, pero luego viene el
acostumbramiento y la idea de que se las tiene como un derecho
adquirido. ¿Dónde están las cosas que los niños han logrado con
insistencia machacona, como si la vida se les fuera si no se las dan?.
A las semanas o a los meses, ahí está la casa destrozada, la muñeca
sin un brazo, el autito sin ruedas, la pelota desinflada. Los juguetes
de los niños envejecen con una prisa sorprendente y tienen una vida
útil fugaz.
Sería interesante
hacer en el propio hogar, de vez en cuando, una exposición de las
cosas inútiles que fueron deseos apasionados en un momento: muñecas,
radios, autos, relojes, lapiceras, estuches, piezas de rompecabezas,
juegos de salón, colecciones empezadas y nunca acabadas... ¿Qué
sentido tiene que lo no se usa ocupe espacio?. El espectáculo de la
manía del consumo en el interior de las cajoneras, guardaderos y
closets, no ayuda a la educación de la generosidad.
El guardar cosas
inútiles favorece el desorden y demuestra un apego insensato a las
cosas. Tener algo "por si alguna vez lo necesito", es otro
monumento a la sociedad del consumo. Habría que ser sincero: "lo
compré por vanidad, por lujo, por capricho" y no excusarse
diciendo "que era una ganga, una oportunidad única, etc".
Hay un dicho inglés
que expresa que la diferencia entre los juguetes de los adultos y de
los niños está en el precio, es decir, los de los adultos son
infinitamente más caros.
La tentación de
comprar porque está barato, cuando no se necesita, es otra enfermedad
de la sociedad de consumo.
Para justificar los
caprichos -con razones que carecen de razón-, los adultos poseemos
una imaginación deslumbrante.
Extraído
del libro de Diego Ibáñez Langlois "Sentido común y educación
en la familia"